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De petrolero a violinista en el metro: así viven los refugiados del chavismo en Madrid
fuente: elconfidencial.com (España)
Nacarid Escalona dice que la paran por las calles de Madrid y le dicen “¡Carcula tú, carcula tú!”. “Media Venezuela acabó usando esa expresión”, comenta riéndose. “¡Carcula tú!”, repite con nostalgia, recordando su papel en ‘A calzón quitao’, una de las decenas de telenovelas que protagonizó en sus más de 30 años de profesión. “Carcula tú” (“calcula tú” con un acento regional) viene a ser el equivalente caribeño al “poquito de porfavor” de Fernando Tejero en “Aquí no hay quien viva”. Y Nacarid lo pronunciaba frunciendo el ceño cuando interpretaba a Aída. Por aquel entonces era reconocida como belleza dotada para la comedia, una actriz en ascenso en una industria en ascenso. “Las telenovelas venezolanas se veían en todo el mundo. Se hacían 16 grandes producciones al año. Éramos una potencia. Hoy con suerte se filma una al año”.
Nacarid era una de las actrices más cotizadas de la telenovela venezolana. Ahora está matriculada en el Instituto de Cine de Madrid por los papeles
Después de tres décadas de profesión, hace un par de años se matriculó en el Instituto del Cine de Madrid (ECAM) para obtener un visado de estudiante con el que establecerse legalmente en España. Aterrizó en Barajas en septiembre de 2015. “Cuando me entrevistaron para la admisión me dijeron que estoy más para dar clase que para recibirla, pero entendían mi situación, así que me aceptaron. Mis compañeros son niños de 21 años, aunque aprendo cosas de ellos”. Después del asesinato del novio de su hija, de varios robos y muchos problemas, dejó Caracas con la idea de volver a empezar a los 52 años. Ahora se la puede ir a ver cuatro tardes a la semana a la bodega de un local de La Latina, el Bar Tapas Sentao, donde organiza jornadas de microteatro. “Hacemos tres pases al día, a cuatro euros la entrada. No se gana para vivir, es más un escaparate”.
Simón Rondón se marchó de Venezuela algo después que Nacarid, a finales de 2016. Se instaló en un hotel barato de Madrid con el mismo violín con el que tocaba en la Orquesta Sinfónica de Ciudad Bolívar. Ingeniero y músico, sus últimos años en Venezuela los pasó trabajando como jefe de proyectos de PDVSA, la compañía petrolera estatal. Pero ni siquiera la joya de la corona del estado bolivariano es ya capaz de retener el talento.
Rondón, soltero y sin hijos, dice que ganaba suficiente para vivir sin lujos. “La cosa iba cada vez peor, pero nunca me había planteado irme. Hasta que tuve un linfoma y me colocaron medicamentos caducados. Me salvé, pero dos de mis compañeros de hospital murieron porque faltan medicinas. Eso me impactó mucho. Y cuando me recuperé pensé que tenía que irme y perseguir mi sueño”.
Ahora sobrevive en Madrid tocando el violín donde le dejan: en fiestas privadas y, sobre todo, en las tripas del Metro. “En lugar de música clásica, toco algo más popular, que tiene más público”.
Su interpretación de ‘Despacito’, grabada con el móvil de una mochilera mexicana a finales del invierno, se ha hecho viral en todo el mundo de habla hispana y ya la han visto ya más de diez millones de personas. “Me han entrevistado periodistas de toda Latinoamérica, aunque de España todavía nadie», dice. «Ojalá esta fama repentina me permita dar un salto. Por ahora llego muy justito a pagar mis gastos básicos y estoy arreglando mis papeles con un abogado”.
Rondón trae hambre, no ha cenado, y buscamos un menú barato en un pequeño restaurante de Lavapiés bautizado “Kobani”, una de las ciudades símbolo de la guerra Siria. La reflexión es inevitable. Porque a pesar de que no se puede comparar ni remotamente la situación de ambos países, no son los sirios, sino los venezolanos, los principales solicitantes formales de asilo en España. De los 16.500 expedientes abiertos en 2016, algo más de 4.200 proceden de Venezuela. También es el segundo país después de Ucrania con más solicitudes pendientes, un total de 5.205.
Alexandre Rangel, abogado especializado en la diáspora venezolana y presidente del Grupo SiEspaña, cree que la burbuja es consecuencia de la tercera y última oleada del éxodo, probablemente la más intensa, en la que ya no sólo salen las rentas altas y medias altas, o los descendientes de españoles que tienen facilidades para conseguir los papeles. “Ahora ya se está intentando marchar casi todo el que puede reunir dinero para el pasaje porque la situación es catastrófica”, dice.
El endurecimiento de las leyes de asilo en EEUU ha convertido a Madrid en uno de los destinos predilectos de la diáspora y en la segunda ciudad con más venezolanos fuera de Venezuela, sólo por detrás de Miami. En barrios como Las Tablas y calles como Santa Engracia se han acostumbrado a escuchar su acento. “En Florida hay miles de venezolanos que viven mientras se resuelven sus solicitudes de asilo. Como allí cada vez ponen más pegas, ese flujo se está dirigiendo ahora hacia España, sobre todo Madrid».
Rengel expone dudas sobre la autenticidad de las alegaciones. «En muchos casos son abusivos y resulta muy difícil argumentar que hay una persecución política o un riesgo evidente porque no existen pruebas. Yo lo que les recomiendo a mis clientes es que aprovechen otros mecanismos de la legislación española para conseguir papeles, como el visado por inversión o el visado no lucrativo. A los dos años de residencia legal puedes aplicar ya para la ciudadanía”, dice.
Marta es una de las miles de venezolanas que está esperando que le concedan el estatus de refugiado. Prefiere no publicar su apellido, ni ser fotografiada, para no manchar su expediente. “Soy periodista y vine como estudiante. Tuve un problema muy serio con una persona del régimen y, si regreso, van a ir a por mí porque el país está controlado por los militares”. Mientras aguarda la resolución, acude cada seis meses a renovar su estatus como solicitante de asilo. “A partir del sexto mes de espera, ya tienes permiso de trabajo. Y si no me dan asilo, me iré a buscarlo en otro país, pero no puedo volver a Venezuela”.
Entre la propia comunidad venezolana se ha extendido la percepción de que muchos solicitantes de asilo son inmigrantes económicos que buscan una manera de quedarse de manera legal en España. Tomás Páez, autor de ‘La voz de la diáspora venezolana’, cree que puede haber ya cerca de 250.000 venezolanos viviendo en España, un 30 por ciento de los cuales residen en Madrid. “Se trata de extender esa imagen de que sólo están emigrando los ricos, pero es mentira. La mayoría son personas que crecieron en un barrio humilde y pudieron desarrollarse porque en Venezuela había movilidad social. Muchos son hijos de españoles, de italianos… de inmigrantes que llegaron sin nada y estudiaron o montaron un negocio… y que ahora han tenido que cerrar o malvender para venir a España”, asegura.
Se estima que hay ya 250.000 venezolanos en España, de los cuales un tercio viven en Madrid
Como ocurrió con la comunidad cubana de Miami, muchos de los venezolanos que desembarcan hoy en Madrid buscan un plan de negocio para no tener que ocupar los trabajos peor pagados y recuperar el nivel de vida anterior a la crisis política de Venezuela. Algunos, como el médico Andoni Goichoechea, propietario de la cadena de hamburgueserías Goyko Grill, o como Alberto Banbunan, fundador de Mobile Dreams, se han convertido en un ejemplo a seguir por el resto.
“Dentro de la comunidad nos ayudamos en lo que podemos, pero no hay grandes inversiones de fortunas venezolanas a sus paisanos”, explica Banbunan. “Lo que más veo yo es gente que malvende algo en Venezuela para abrir algo aquí. Por ejemplo, el que tenía una tienda de alimentación en Barquisimeto, la vende como puede e intenta invertir lo que saca montando algo en España. Muchos se han metido por ejemplo en franquicias españolas, montan un Burger King o un Lizarran. Y no a todos les va bien. Algunos pasan muchas penurias”.
Un día de 2013, Leo Araujo miró el estado de sus cuentas corrientes y le quedaban 20 euros en la familiar y 200 en la del restaurante La Cuchara, un local de comida venezolana situado en Diego de León que había abierto un par de años antes. “Tuve que cerrar cinco meses porque la propietaria anterior había hecho un cambio en la fachada que no respetaba la ley. Estuvimos a punto de arruinarnos, pero pudimos reabrir justo a tiempo para salir a flote”. Ahora tiene un segundo local en el Mercado de San Ildefonso y uno de los ‘food truck’ de la escena gastronómica motorizada que se abre paso por España.
Leo era cocinero en Venezuela pero emprender allí, dice, se ha convertido en una carrera de obstáculos ante el que la compleja burocracia española resulta incluso ejemplar. “Uno de los pocos amigos que siguen allí tiene un restaurante y dice que le hacen falta 85 proveedores diferentes para poder llenar la despensa. Algunos son ciudadanos que plantan tomates dentro de las casas para conseguir un dinero. Yo aquí con 8 proveedores tengo suficiente», comenta. «Luego está la corrupción y las licencias, porque todo está controlado por el Estado, además de los robos”. Los impuestos, asegura, sí son una carga más pesada en España. “Sobre todo porque hay más control y más sanciones. Pero yo lo prefiero. Prefiero que las reglas estén claras, pagar lo que debes y punto. Solo tienes que cumplirlas y se arregla todo, como me pasó a mí con la fachada”, dice.
La leyenda urbana dice que no hay más de diez venezolanos en Madrid que voten por Maduro
En la comunidad se ha extendido un chascarrillo imposible de contrastar según el cual en las últimas elecciones venezolanas, menos de 15 de los cerca de 50.000 votantes en España lo hicieron a favor del chavismo. “Muchos empleados de la embajada y el consulado también votan a la oposición. Una vez que estás fuera es evidente que aquello es una ruina”, insiste Carlos Rangel, editor de la publicación más seguida por la diáspora en España (Revista Venezolana) y promotor de eventos y fiestas nostálgicas donde se pone la música que se escuchaba en los 90 en Caracas. El activismo opositor, la recogida de firmas, alimentos y medicinas, es parte del día a día de la mayoría de los venezolanos en Madrid. De la quincena de testimonios recogidos para este reportaje, ninguno tuvo una sola buena palabra para el gobierno de Nicolás Maduro.
Helen ‘Chocolate’ López nació en 1979 y dice que los primeros españoles que conoció eran los niños más pobres de su escuela. “Vengo de un barrio humilde y los inmigrantes españoles eran los más pobres, a algunos les hacía la ropa su madre, que era algo que a mí me parecía de otro tiempo”. Llegó a España en enero de 2007 y se inventó una forma de vida especializándose en el chocolate. “En Venezuela trabajé como periodista gastronómica y, para buscar mi hueco en España, decidí convertirme en la persona de habla hispana que más sabe de chocolate. Mezclar cacao con azúcar es un invento español y sin embargo cuando llegué aquí no había manera de encontrar chocolates finos en España. Empecé a traerlos en las maletas de mis amigos y conocidos para organizar catas y dar a conocer el producto”.
A 22 euros la entrada, las catas de chocolates ‘premium’ de Helen son un éxito rotundo, que ha empezado a capitalizar poniendo en contacto a las empresas latinoamericanas que las comercializan con distribuidoras españolas. “Venezuela fue el primer país que creó una denominación de origen con el chocolate fino. Y fue el primer exportador de cacao. Entre el petróleo y el chavismo ahora no tenemos ni el 0,5 por ciento de la cuota de mercado internacional, pero las plantaciones se mantienen y seguimos siendo un referente de calidad. Para hablar de chocolate, ser venezolano es un punto”, dice.
Al principio la mayoría llegaban a España con una red de familiares y amigos. Pero cada vez más lo hacen a la aventura. Ricardo tiene 22 años y aterrizó en Madrid hace un par de semanas con dinero suficiente para subsistir tres meses «ahorrando mucho». Es un chico tímido y muy educado, con un título de arquitecto en la cartera. A mitad de la conversación le llama por teléfono su abuela desde Venezuela y a Ricardo se le saltan las lágrimas. Cuenta que poco a antes de decidirse a emigrar había conseguido un trabajo de lo suyo en su ciudad natal, en Cumaná. “Con el salario mínimo venezolano, 50.000 bolívares, te puedes comprar un saquito de harina. Así no puedo hacer una vida allí, así que mis padres vendieron cosas para pagar mi boleto a España”. Tiene un visado de turista que expira en dos meses y medio. Y su plan es ofrecerse por tiendas y bares con la esperanza de que alguien necesite sus servicios.
“¿O crees que va a ser demasiado difícil”, nos pregunta.